domingo, 25 de julio de 2010

DE CHILE, MOLE Y POZOLE, TIANGUIS CULTURAL DEL CHOPO (PROYECTO CUAUH)

domingo, 25 de julio de 2010

La voz de una de las bocinas del metro me anuncia la estación a la que he llegado —Estación Buenavista— es la línea B del gusano naranja, luego de transbordar en Guerrero de la línea 3. De cada una de sus patas desembocaban cientos de jóvenes, todos salen a la par que hasta parece un desfile de modas típico de esta ciudad multicultural.



Todos los sábados la reunión comienza aproximadamente a eso de las once de la mañana, como un tipo de rito, una final de futbol o una reunión familiar, todos juntos afuera de las tiendas donde se beben su caguamón Corona, Indio o la cerveza de su agrado, siempre ocultándose de la patrulla que pasa cada quince minutos, con saludos que van desde mentadas de madre y gritos de ¡¡¡¡Ceeeerdosssss!!!! Los policías responden con una “mirada asesina”, y se dignan a subir sus cristales haciendo oídos sordos a la gritadera de la banda que visita, el Tianguis Cultural del Chopo.

Caminando por el Eje 1 norte y la estación Buenavista del suburbano, se pueden observar a los skaters, chicos de las patinetas haciendo suertes encima de ellas cada uno vitoreando cada una de las ejecuciones con la tabla como le llaman a su vehículo de cuatro ruedas, donde se juegan por evitar fracturarse, los tobillos, los brazos y demás partes de su cuerpo, mientras se suspenden tratan de imitar el vuelo de los pájaros al extienden los brazos; aunque sea sólo por unos segundos, casi frente de la biblioteca Vasconcelos.



Sobre Álzate hasta llegar a la calle de Aldama, es donde comienza el recorrido hacía el Tianguis Cultural del Chopo, donde una señora casi a la entrada vende quesadillas, sus manos simulan un aplauso al comienzan a hacer las tortillas para las quesadillas de hongos y de chicharrón, que piden las chavos que la rodean. Uno de ellos se ensucia la playera del Santo con la salsa roja, al morderle a la queca que pidió.



Una vecindad se asoma al paso, ahí se ven los primeros puestos de discos y playeras en donde se deja escuchar una rola de la La Matatena que a ritmo de ska se escucha así: Caminando por las calles/de la gran ciudad/va un mendigo/contemplando a la urbanidad… va su majestad. La rola suena en un estéreo improvisado en una mesa de madera, con cuatro bocinas grandes que usaban los radios que reproducían discos de acetato.



Los comerciantes cruzan por la calle de Sol y Luna de la colonia Guerrero, todos descargan sus mercancías con la ayuda de uno que otro acomedido que se quiere ganar de menos un cigarro y una chela. Las mercancías que se bajan van desde ropa, discos, patinetas usadas y nuevas, posters atrasados, anunciando una tocada memorable, tenis hasta bebida alcohólica destilada de frutas varias(mosquito). Que uno de los asistentes se dispone a probar.

— ¿De a cómo el Mosquito, Madre?

—De a $60 pesitos joven. Pero este si es del bueno, no las porquerías que venden allá adelante. Es más, si se anima, le dejo los dos en $50 pesitos.

—De a tostón por los dos. Ándele, ¿sí?

—No se puede joven, estos si son de los buenos. Ya le dije.

—Bueno, póngamelos en una bolsita.

Sobre la misma calle de Aldama se encuentran los diversos grupos subculturales que convergen en el Tianguis del Chopo. Los darks que se acumulan a lado de los árboles con sus caras blancas y sus vestuarios medievales, al igual que las chicas que dejan ver sus atributos, a través de los vestidos de terciopelo con pronunciados escotes, anillos metálicos que terminan en punta convirtiéndose en una extensión de los dedos de quien los porta y sus botas de plataforma que usan con destreza para no caer. Entre sus manos llevan libros con portadas oscuras y con nombres como Frankestein, Así hablaba Zaratustra, entre otros títulos, que guardan entre sus manos con los olanes de las mangas tan largas que llegan a las rodillas.

Los punks, por su parte, se pasean de un lado a otro con sus crestas, cabellos pintados de varios colores, pantalones desgarrados, con múltiples estoperoles cadenas, seguros y cinturones de piel algunos usan botas militaroides y saldos del ejército (pantalones, y chalecos con estoperoles etc.), las chicas también mostrando sus piernas con minifaldas cuadradas y medias rotas al estilo Gloria Trevi. Cada uno de ellos emulando a los punks ingleses de las bandas Exploited, Casualities, .

Los skinheads o cabezas rapadas se dejan ver con sus martins, tirantes rojos, playeras blancas con motivos en blanco y negro, chamarras bomber y su actitud agresiva que los caracteriza. Son los asistentes quienes escogen su identidad contestataria.

De igual manera, las demás tribus urbanas de skatos, surfers, metaleros, rastafaris y uno que otro fresón que busca ver como se divierte la banda, se van adentrando a las entrañas del Chopo en donde se entremezclan con aquellas tribus antiguas, adultos todos, acompañados de sus hijos que van en sus hombros , esquivando los ganchos con ropa que ponen en lo alto de los puestos, o con sus hermanos, primos etc., quienes buscan hacerse una nueva perforación en cualquier parte del cuerpo o si tienen más agallas, hasta tatuarse en el brazo, la espalda o al final de ella, o simplemente ir a dar el rol como ya es costumbre.

Sin embargo, el Chopo no nació como lo que es ahora. Todo inició en 1980 con un festival de música cuando dio inició un evento denominado, Primer Tianguis de la Música, la directora de ese entonces, Ángeles Mastretta y el Promotor Cultural ,Jorge Panto, se dieron a la tarea de organizar un encuentro contracultural que se convertiría en la pauta para iniciar el tianguis que ha permanecido vivo hasta nuestro días.

El Chopo surge como: “El tianguis de publicaciones y discos, para convertirse, rápidamente, en un sitio de lucha por la existencia y la perdurabilidad de un modo de vida y razón de ser para melómanos y discípulos del rock. Al obtener un lugar fijo dentro de la caótica ciudad de México, después de un largo deambular, el Chopo da un gigantesco paso hacia su consagración como catedral roquera”. Y así Gilberto Galindo, el “Brujo” lo describe.

No cabe duda, de que el Chopo es uno de los lugares más visitados por los jóvenes que se sienten atraídos por la contracultura, por un lugar en donde no los cánones en el vestir no existen, un sitio en donde ellos se convierten es dueños del terreno por donde pisan y su verdadero “yo” se desfoga en la masa de gente que simula un río que desemboca en un mar de sentimientos que gritan y exigen libertad y un espacio donde pueden hacer el intercambio de sus mercancías, como en el México prehispánico, pero ahora el trueque ya no es de guajolotes por granos de cacao, sino de discos compactos actuales y uno que otro acetatos.

— ¿Que tranza? Traigo un disco de Metallica. Quiero uno de Mortificaton. Uno que salió en 1993. Se llama Pos Momentari Afflicdion. Algo así.

—Pues no lo sé, búscale en la caja.

—A ver hijo, este pinche disco es un EP, de los que te regalan con las papitas. Así no te lo puedo cambiar, sólo es con discos completos. Estos no me sirven para nada. Cuando traigas uno completo vienes.

—Pero es original, ahiesta la etiquetita plateada.

—Pero a mi no me sirve. Así no se puede.

—Cha, bueno, ahí después.

Sin embargo, a pesar de ser un espacio que daba cabida a la cultura y a la juventud, el Chopo ha sufrido una serie de cambios y trasformaciones. Desde 1985 los espacios que los comerciantes pelean son demandados por todos.

Se trasladan unas semanas a la prolongación de Carpio, fuera de las ESCA de Instituto Politécnico Nacional, donde enfrentan problemas con los porros de la institución; se reubican durante sietes semanas en el estacionamiento de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Autónoma Nacional de México, de donde tienen que salir por no ser universitarios. Se fueron a un kiosco morisco en la colonia Santa María la Ribera, en julio de 1986, una semana después se instalan en la calle de Oyamel entre Abedules y Mimosas.

Donde permaneció hasta 1988 pero, a raíz de un enfrentamiento con gente del barrio llamado “El Nopal”. Logrando disolver el tianguis obligándolo a moverse.

Actualmente, el tianguis es un espacio de autogestión que mantiene su propia comisión de vigilancia y actividades culturales que se realizan periódicamente, entre las cuales destacan el concierto de las 12:00 p.m. en donde las bandas invitadas hacen presente el slam frente al escenario improvisado; los más prendidos comienzan a mover los cuerpos y las cabezas se menean en forma circular, las cabelleras simulan rehiletes girando, los más aventados encienden sus tabaco de orégano, para según ellos sentir el placer de la música.

El ambiente que se vive en el chopo, es compañerismo y tolerancia, se han ido gestionando con el paso del tiempo y gracias a las diversas identidades juveniles que en el convergen.

Y justo ese tiempo, que marca horas al igual que vidas, me hace recordar que no para desde que comencé mi recorrido. Miro el reloj, marca las 16:47 de la tarde. La mayoría de los puestos están siendo acarreados a la bodega, otros más son echados a los carros de los vendedores, los asistentes un poco entonados deciden seguir echando la chela. Así es que se toma decisión de ir al Español un bar cercano al tianguis, —nada más me termino de comer mi queka —, le comento a uno de mis acompañantes y nos vamos para allá todavía traigo la cuerda puesta.





Escrito por:  CÉSAR EDUARDO RIVERA ZARAGOZA
(NARRACION)


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